martes, 13 de julio de 2010

SINFONIA EN NEGRO

Simplemente apareció una noche y dijo que ella podía cantar boleros, llevaba agarrado el cartelito que el dueño del local había colocado afuera, nadie pareció prestarle atención, entonces echó un grito, algunos se voltearon, le miraron con cierta desidia y volvieron a lo suyo. El pianista fue el único que le habló diciéndole que se acercara, no hubo necesidad de preguntar por nada, él apretó el instrumento con un par de compases y ella atacó con esa voz que parecía venida de otra dimensión, una dimensión de la que seguramente se había escapado para maravillarnos con su arte. Recuerdo muy bien la canción:
Mía,
aunque tú vayas por otro camino
y que jamás nos ayude el destino,
nunca lo olvides, sigues siendo mía.
Mía,
aunque mañana te liguen otros lazos
no habrá quien sepa llorar en tus brazos,
nunca lo olvides, sigues siendo mía.
Sólo mía... Siempre mía... Mía...
Luego vino una estruendosa ovación y el dueño del bar hizo trizas el cartelito donde solicitaba cantante de boleros. Fue una canción tras otra, cuantas habrá cantado, no lo sé, todas con ese temple maravilloso de esa voz que necesariamente debía haber sido inventada por algún dios. Cierto que era negra. Pero eso, apenas lo recuerdo.
La segunda vez que la vi, estaba sentada sobre el piano y Roberto tocaba con los ojos cerrados, ella tenía cruzadas las piernas y un vestido verde la cubría entera, solo cantaba, ni siquiera pensaba en insinuarse, como lo hizo luego, cuando esto de la fama la llevó recorrer toda la geografía de este país y parte del continente, y según algunos de sus más íntimos también estuvo en Europa, específicamente en Francia y España. Solo cantaba y eso era suficiente, no había más que pedir un cubalibre y dejarse ensueñar por la delicada caricia de su fresca voz. Lo curioso era que cantaba sin pausas, esto no quiere decir que tuviera prisa por marcharse, es más, siempre me pareció que cuando estaba sobre el escenario, ella gozaba cada momento, se sentía única, seguro no tardó mucho en descubrirlo, porqué a la semana ya ganaba tres veces más que el primer día.
Volví luego de cierto tiempo para deleitarme con su canto, pero para entonces ya cantaba en Armand's, me tomé presuroso un cubalibre y corrí prácticamente hacia allá. Ella parada sobre el piano cantaba:
“Sinfonía en negro,
siento la sinfonía de lo negro sobre mi piel,
la noche es oscura y aprieta mi voz, mi canto
se pierde entre los cabellos que me cubren,
afuera la noche no reconoce nuestros lamentos,
entonces quiero gritarte, llamarte, tenerte,
no mires mi negra piel, siénteme y no hables,
solo siente la sinfonía de lo negro sobre tu piel”.
Cuando el embrujo de su voz cesó, aún sentía el cuerpo tembloroso, tuve que tomarme de un sorbo mi trago, pero ya no fue posible disipar el encantamiento, para que recordar el resto de la noche, lo único que quedaba por hacer era disfrutar, y se disfrutó.
De allí, lo siguiente fue una lucha encarnizada para ganarse sus servicios, entre todos los propietarios de algún bar medianamente reconocido, porque ella ya no podía cantar en cualquier lugar, luego cuando lo de su fama prendió fuerte, no era suficiente que el bar fuera medianamente reconocido, debía ser de primera o nada. Por aquel tiempo se compró una casa en el barrio Centenario, se fue de vacaciones al Brasil, hizo una gira por toda Centroamérica y México, volvió con un novio rubísimo, al que a los ocho días dejó abandonado mientras daba un recital en Salinas, se casó con el dueño de Armand's, montó su propia casa disquera, protagonizó un par de filmes en México, armó un lío fenomenal con el Ministerio de Finanzas por supuesta evasión de impuestos, cantó en todos los rincones del país repletando los escenarios, y por último corrieron rumores de que en Hollywood la requerían para filmar junto a Frank Sinatra, todo eso únicamente en tres meses.
Después fue imposible seguirle la pista, ¿quién podía saber dónde se encontraba?, los diarios le acreditaban un montón de incidentes, las radios tocaban su música día y noche, las revistas le retrataban en las más indiscretas poses, hasta hubo alguien que afirmó haberle visto haciendo el amor con un extraterrestre. Todo eso y más, únicamente porqué cantaba boleros.
Debe haber sido en Victor's, en Cielo Verde, o en uno de esos bares que quedaban entre Boyacá y Rumichaca pasando por Callejón Zaruma, pero lo cierto es que un buen día la encontré, se la notaba gastada, la reconocí porque mientras bebía tarareaba aquella canción que me hechizó, simplemente me acerqué y llamé al mesero, él preguntó:
—¿Que le sirvo?
—Tráigame un cuba libre y para la dama cóctel de menta, por favor.
—Enseguida señor.
—Cóctel de menta, mi bebida favorita, nunca puedo negarme ante un trago como ese.
—Siga cantando por favor.
—No cantaba, solo tarareaba una vieja canción, una cursi canción romántica que es preferible no recordar...
—Una canción como esa, siempre es preferible recordarla, sobretodo con ese feeling tan particular suyo, sobretodo ahora, justo ahora que solo estamos los dos.
—Los dos, su cuba libre y mi cóctel de menta.
Luego el relato de aquel tiempo de extravío entre tanta música, bares y gente, sonriendo siempre con esa bocaza y esos dientes tan blancos y resplandecientes, de vez en cuando apurando una que otra canción, mientras la poca gente a nuestro alrededor nos observaba curiosamente. Claro y uno ahí como va a resistir el embrujo de tanta voz, tanta presencia, tanto vibranto como diría Enrique Aguilar. La gente aglomerándose junto a nosotros y ella tan mágica, dejando que el canto naciera de aquella garganta prodigiosa, sin entrar a considerar tiempo y cócteles, solo escuchando el fresco bullicio del poquito de gente, que incrédula se deleita con el canto de una diosa, mientras la diosa bebe y bebe sus cócteles de menta.
Era madrugada cuando salimos hacia cualquier calle, a esas horas todas las calles se parecen, siguió cantando todavía unos cuantos metros, de pronto dudó, arrimándose a un poste dijo:
—Ya nunca será como antes.
—Claro que sí, le dije para animarla. —Pero en el fondo mentía. Traté de apurar el asunto y agarrándola de el brazo fuimos a refugiarnos en algún otro bar del cual lo último que recordaría, estoy seguro es el nombre. Para entonces sentados en un rincón seguir con los cócteles de menta y su canto. Allí todo lo llenaba su voz, sin embargo los recuerdos volvieron atropellándose unos a otros, le relaté que yo era uno de los pocos privilegiados de su primera noche junto a Roberto y que había tratado de seguirle el rastro, pero sin éxito. Nada era importante para ella, cantaba y bebía. Los cócteles parecían no causar ningún efecto, los vasos temblaban entre su mano pero su voz estaba casi intacta.
Cuando desperté, un tipo limpiaba las sillas, ni siquiera se me ocurrió preguntar por ella, salí a las calientes calles de Guayaquil, agarré un taxi en dirección a mi casa. En el trayecto intenté ordenar mis pensamientos con respecto a Mayo, me preguntaba porque tanta voz desperdiciada, en que estúpido tramo de su existencia equivocó la línea de su comportamiento, debía de haber una explicación para tantos cócteles, para tanto tiempo extraviado.
Antes de bajar del auto la vi sentada en las gradas del edificio, me siguió hasta mi departamento sin decir absolutamente nada, se sentó sobre el sofá mientras yo preparaba café, cuando volví con las tazas se había quedado dormida con un cigarrillo entre sus dedos, ni siquiera alcanzó a prenderlo. La cubrí con una sabana y me acosté sobre la alfombra. El sol calentaba toda la ciudad.
El tocadiscos tocaba “Sinfonía en negro”, ella con un cepillo para el cabello imitaba cantar sobre un escenario, casi no se movía, un ligero vaivén acompañaba su cuerpo, mirándola ahí se me ocurrió que aún podía haber tiempo para cantar sus mejores boleros, para embrujar a otros con su voz.
Tomando café le propuse ir donde Armand's, ella asintió con la cabeza. No tenía pensado nada especial, solo presentarnos ahí y dejarla cantar. El efecto fue extraordinario, Mayo atacó con ese feeling tan suyo, un par de temas y nadie hacía nada mas que escucharla, su voz tan envolvente dominaba todo el ambiente, cerré los ojos para soñar al compás de su canto. Sintiendo como los bellos de la piel se me erizaban cada vez que su voz rasgaba el aire.
Los aplausos de Armando interrumpieron su improvisada presentación, los meseros volvieron a lo suyo y ella pidió un cóctel de menta, volví a notar el temblor en sus manos, mientras bebía habló:
—No pensé que el viejo Armand's volviera a aplaudirme.
—Hay cosas en las que uno nunca piensa, —respondió Armando—, en ocasiones es mejor que así sea, no quisiera perder la capacidad de asombro.
Yo por un rincón los observaba como reían, se abrazaban y juraban no volver a separarse, ignorando a todos los que allí nos encontrábamos, no quise agregar nada a su feliz reencuentro, hasta yo me sentía contento de ver reír a Mayo con tanta expresividad. Tengo esa imagen fijada bien adentro en mi memoria, ella abrazada a Armando mientras él le da vueltas y más vueltas.
No había porqué esperar por nada.
El recuerdo de las luces y su vestido rojo, todo eso está aún intacto, el publico aplaudiendo y su delicada voz. La figura de ella, única y mágica, también el montón de canciones y los cócteles de menta. Y sobre todo el recuerdo de la gente adormilada, enmudecida ante tanto genio, contemplando a Mayo tan grande, ella sintiéndose parte de la creación musical, con los ojos cerrados, el micrófono pegadito a sus labios y el vaivén de su cuerpo regordete que incitaba a pensar en mejores días, en otros días de gloria ya extraviados. Y el recuerdo de los tachos en el callejón. Creo que fue porque ya no soportaba tanto alboroto interno, o quizás porque quería orinar, me quede ahí arrimado junto a un poste de luz, sintiendo el roce de la noche en mis mejillas, con un vaso apretado entre mis manos, la música llegaba suave y la magia de sentirme embriagado no tanto por el trago como por la música, me impedía moverme. También el recuerdo de un cacho de luna vigilando aquel callejón en una noche demasiado negra, ella derrumbándose por el peso de su cuerpo, todos los cócteles de menta se le miraban en el rostro, su sonrisa pequeña, casi sonrisita, sus dientes blancos contrastando con su negra piel, el cabello suelto confundiéndose con los desperdicios, toda ella pasando a formar parte del suelo, Mayo la grande revolviéndose en su propio vomito, la gente saliendo a mirarla, los gatos rebuscando la basura en la negrísima inmensidad de aquella noche miserable.

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