viernes, 16 de julio de 2010

La Sarita deja su huella

Demo del 18 de diciembre de 2009


En noviembre de 2006 La Sarita se presentó en el festival Quitu Raymi organizado por La Casa de la Culturas Urbanas Puka Yana y el Comité Permanente Quitu-Raymi. En noviembre pasado volvió al Ecuador para compartir en el Quitu Raymi de la capital y en el Atahualpa Rock VI de Guayaquil.
La banda surgió en 1997 y pertenece al popular distrito limeño del Agustino. Su crecimiento musical partió desde seis integrantes que pronto convirtieron a La Sarita en el grupo revelación de 1998.
Actualmente sus integrates son: Julio Pérez (voz), Martín Choy (guitarra), Renato Briones (bajo), Paúl Paredes (teclado), Marino Marcacuzco (violín andino), Henry Condori (arpa andina), Dante Oliveros (percusión), Carlos Claro (batería), Demer Ramírez (flauta), Carlos Saire y Julio Salaverry (danza de tijeras).
Todos ellos forman propiamente una banda que en el escenario mete magia, actuación, danza y por supuesto música. Pero su trabajo va más allá de lo cotidiano y los moldes habituales.
La Sarita aporta una visión íntima y demasiado personal que está ligada a la tradición de un pueblo y su herencia nativa, eso le ha permitido consolidar una propuesta escénica salvaje, profunda, luminosa y de una fuerza arrolladora que sobre las tablas parece indetenible.
Con su primer disco Más poder (1999), compuesto de doce cortes, empieza un recorrido marcado por la personalidad andina de Perú, pero con la necesaria dosis de rock. Su propuesta de fiesta está cobijada con letras donde hace patente su descontento con la situación social de su país. Los recursos del grupo le permiten atreverse con canciones tipo cumbia como Colegiala, tema muy popular en los setenta.
En la letra de Globalízate su mordacidad dice: “Este planeta es un corral, este corral tiene un patrón, este patrón un capataz y a una puta como mujer. Nos tratan de mentalizar, luego nos quieren almorzar, arreados en una dirección no nos podemos resistir para nada, es el sistema, es el teorema, por las buenas, por las malas borran tu mente, señalan tu frente”.
Marcado el trayecto, La Sarita se fue de largo. Para el 2000 realiza su primera parada internacional en Finlandia. Ahí expone su propuesta en el evento Hombre y desarrollo, cuyo objetivo era conocer la vida cotidiana, la cultura y el arte de América Latina. En octubre de ese año participa en el festival Rock al Parque de Bogotá.
Danza la raza (2003), su segundo disco, sirvió para dejar atrás los fantasmas y consolidar su trabajo. Aquí la banda demostró que lo suyo no fue un golpe de suerte. Para rescatar la composición Guachimán, incluida en la película La teta asustada.
En esta etapa se unen a la banda dos músicos y dos danzantes de tijera provenientes de Ayacucho, ciudad de la sierra peruana. La Sarita reconoce que fusiona la danza con la cumbia y el rock. Desde ahí aborda temas que siempre han dejado una herida profunda en los pueblos nativos de América como en Nos quieren gobernar: “500 años parecen que son tan escasos para cambiar la historia de esta nación y la pregunta fundamental: ¿porqué no llega el futuro diferente a mi canción? ¿Qué nos conduce a la fatalidad?”, canta y reclama.
Su tesis hace que en diciembre de 2005 participe en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, integrando la comitiva peruana junto a Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Antonio Cisneros, Jaime Bayly y Tania Libertad.
“Somos una banda resultante de un proceso. Actores inconscientes de una obra, cuya escenografía empezó a montarse hace setenta años con la llegada de los primeros migrantes provincianos a Lima”, expone La Sarita.
Lo suyo también es el fruto del cambio y transformación que produjo la incontenible migración sobre el paisaje físico y social de Lima. Un desenlace de los encuentros y desencuentros que generó el contacto de las múltiples tradiciones del país entre sí, y con la cultura oficial, que quedó convertida en el gran crisol donde se forjó, y continúa forjándose, una nueva cultura y conciencia peruana.
A la música de La Sarita no le sobra nada, por muchos instrumentos que parezca tener. Su huella queda impregnada en su tercer disco: Mamacha Simona (2009), 14 cortes con un bonus para seguir cantando sin miedo.

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